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Mensaje por Alexia S. Giorgatos Vie Abr 28, 2017 9:57 am

Después del fracaso tan estrepitoso que fue el encuentro con Luciano su hermano, Felicia se vio acorralada. Consideró sus opciones, caviló cada una de ellas durante los días en los que fue encerrada en su mansión en espera del juicio que los Dimitriadis le emitirían y la única conclusión a la que llegó, fue la muerte. Tenía que hacerlo, no, es más, debía hacerlo. Katastrafia Dimitriadis a pesar de todo, seguía siendo leal a su familia y si no se quitaba la vida, la otra opción era vengarse y no podía hacerlo. No sin causar una catástrofe enorme en el infierno, el refugio de su soledad y el lugar que tanto amaba aún bajo las circunstancias en las que vivía. Así que la emperatriz puso en marcha su plan.

4:00 pm en su despacho de la mansión.

—No señora, máteme pero no lo haré. No puedo, no debo.

—No te estoy dando opciones. Debes hacerlo cabrón egoísta.

—No.

—Soy tu señora, debes obedecerme.

—¿Se da cuenta de lo que me pide?

—Sí. Hazlo.


Ante esas dos simples palabras, a Sebastiaán, el hombre más fiel y leal a Felicia, que había podido escapar de las garras de Luciano, no le quedó de otra más que asentir con la cabeza, después de tragar saliva. Tan leal sería que a pesar del dolor que sentía por lo que le había dicho la Dimitriadis, haría lo que le pedía.

Felicia agradeció esa lealtad con una sonrisa preciosa que el hombre atesoraría hasta que muriera. Sin Felicia, él no tendría razón para vivir así que se mataría en cuánto cumpliera con su pedido. Se lo pediría a alguno de ellos... Esos perros traicioneros hijos de puta a los que ella llamaba familia.

—La primera cosa que debes hacer es entregar las cartas que te daré mañana. Son cuatro:una para Crystal, una para Luciano, una para Greco y una para los Dimitriadis en general. Las entregarás el día del juicio, para ese dia yo ya habré muerto. Pero ellos no deben saberlo hasta ese día ¿entendido?— comienza, decidida, asintiendo para sí misma. El sirviente sólo escuchaba, atento. —La segunda es buscarme a varios de los esclavos humanos que sé que tienes y llevarlos a un cuarto de las mazmorras del tártaro—ante eso, el hombre se sonrojó furiosamente. Era algo prohibido y aunque ella rompió las reglas, él no debía hacerlo. Era un sirviente de bajo rango a pesar de ser la mano derecha de ella. Su pena sería de muerte ante el crimen.

—La tercera es que debes conseguir venenos. Y pruébalos en cada uno de ellos. Bajaría yo misma a las pruebas pero esas mazmorras son asquerosas así que lo harás tú. Y cuando llegues a la conclusión de cual es el más fuerte, eficaz e instantáneo deberás informarme.

Sebastiaán quería protestar, gruñir y decir que no efusivamente, pero en lugar de eso, apretó los dientes y los puños debajo de la mesa.

—Traerás el veneno ante mí y yo haré el resto. —continúa y después de morder su labio inferior,concluye diciendo: — Cuando yo muera, irás al cuarto que contiene las almas, tomarás la mía antes de que llegue al tártaro y la destruirás— con falsa serenidad. En realidad lo que sentía era ansias, quería hacerlo ya. Si fuera por ella, moría hoy mismo. Pero no, su muerte seria teatral, todo el mundo la recordaría, de eso se encargaría ella.

Ante la orden, el sirviente dio un gran respingo.  Sebastiaán no creyó aquello, era imposible. Él había pensado que solo sería una rabieta, que haría berrinche, se mataría y luego volvería él reencarnado y volvería ella a la vida con su cuerpo de mujer, el cuerpo tan escultural de siempre que él amaba... Y ahora resulta que se mataría para siempre.

Al ver la cara del hombre, la adolescente suspiró y luego de torcer el gesto, murmuró.—Sé que es difícil para ti mi niño, pero tiene que hacerse. Ya es hora. Ya he vivido demasiadas vidas y ya es hora de que acabe con el ciclo. Estoy tan cansada ya... No puedo más...—deja inconclusa su frase, emitiendo un suspiro realmente cansino. Sabía que su mano derecha la comprendería. Él la conocía absolutamente mejor que nadie. La conocía incluso mucho mejor que Greco Giorgatos o Luciano.
Era como un hijo para ella. Y de hecho, el sirviente era aun más: Él era su única familia. Así como en algún tiempo fue mucho mejor amante y marido que lo que era quien de verdad era su marido.

Él la amaba mas que la amaba Greco y más que nadie, por esa razón era por la que iba a darle el segundo averno y él se negó, exigiéndole que se lo diera a Greco o a alguien de su verdadera familia. De eso discutían desde que llegó Sebastiaán Kutznekov a la oficina de Felicia.

Como Felicia supuso, él la comprendió y con gesto de solemnidad, asintió con la cabeza.

—Así lo haré aunque me duela, mi amor—él se atrevió a decir, mirandola directo a los ojos para que viera que lo decía sincero y lleno de respeto y no como un acto de desafío como normalmente ella lo tomaría.

—Gracias por todo mi pequeño y muy amado hijo. Gracias por ser el único que nunca me dejó sola, me soportó, me amó y cuidó toda la vida. Siempre has sido como un padre para mí.—discursó ella, toda sensible y sentimentaloide. Se le había hecho un nudo en la garganta y quería llorar, pero debía ser fuerte y no dejarse caer o se arrepentiría de su decisión, lo sabía. Y eso era necesario que se hiciera.

Sebastiaán sonrió por las palabras de su señora, absolutamente conmovido pues eso era lo mas dulce que le había oído en años. Además, le causó algo de diversión que dijera que era como un padre para ella, pues ambos sabían que Felicia era mucho, mucho más vieja que él.

Después de lanzar otro suspiro largo, la joven dijo.—¿Has comprendido que debes hacer, Sebastiaán?—y él asintió. Luego, la adolescente ordenó.—Sal de aquí ahora. Te veré aquí cuando traigas el veneno en un par de horas.

Y él lo hizo. Se levantó de la silla y salió de la habitación. En cuanto se fue, Felicia sonrió sinceramente. Animada y emocionada ante lo que venía por delante. Su venganza sería consumada. La emperatriz se pone manos a la obra y comienza con la segunda fase de su plan: Las cartas.

La primera sería para Crystal, así que saca unas cuantas hojas de papel y una pluma de tinta negra y después de elegir una y acomodar su pluma entre sus dedos, comienza a escribir:

Mi pequeña rosa preciosa:

Para mi primera carta tú has sido la elegida porque para ti además de la carta tengo un regalo del que ya te enterarás. Por ahora te diré algo pequeña: Te amo, muchísimo. A pesar de todo, tú eres una de las tres personas a las que más amo. Por eso apareces en estas cartas. Me voy de este mundo al fin, te irás en mis pensamientos mi pequeña niña. Ten siempre presente que tu abuela te amó con todo su corazón a pesar de todo. Que tú eres de las personas a las que por más que intenté, no pude odiar. Tú eres la única que no me traicionó, la única que sí se interesó por mí. Al menos me recordabas y en serio agradezco eso. Gracias Crystal, de verdad. Eres una de las personas más importantes para mí, tenlo siempre presente.

Quiero que sepas que he tomado una decisión con respecto a ti. He cavilado muchísimo y como Greco declinará como estoy bien segura, te doy a ti el segundo infierno. Tú debes tomarlo para que no quede en manos de la basura traicionera de Luciano o de alguno de los putos egoístas jodidos a los que llamamos familia, que por años me dejaron sola, me abandonaron y nunca, nunca fueron ni una sola vez a verme o me llamaron. Fui abandonada por ellos como un perro. Hasta mis propios hijos me rechazan rotundamente. Y por eso te ruego, te imploro que si Greco rechaza hacerse cargo del segundo averno, tú lo hagas. Por favor, pequeña, por favor. Hazle este último favor a tu abuela.

En la caja que también te será entregada está el anillo de diamante negro que siempre he usado yo y que nunca, nunca me he quitado. Es el diamante que me acredita como emperatriz. Es tuyo si lo aceptas. Pero recuerda, es solo en caso de que Greco no quiera mi puesto o haga una locura, como esas que acostumbra.

Recuerdame siempre,cariño.

Te ama, tu abuela.

Luego, dobló esa hoja y la metió en el sobre. Acto seguido, se quita el anillo de su dedo y lo pone en su caja, después de sacarla del cajón. Enseguida, soltó un suspiro largo y continuó con la siguiente carta, la de Greco.

Mi Greco, amado mío:

Esta carta es la más difícil de las que he tenido que escribir a pesar de ser la segunda. Yo... ¡Joder! Si me miraras ahora no me reconocería en lo absoluto. Me he quebrado esposo mío, estoy llorando a mares y bueno, en el tiempo que te he pedido que nos dejáramos, hice y dije cosas de las que estoy seguro que no estarás orgulloso y de las que me arrepiento, te lo juro. Espero que me creas. Fue por eso que me negué rotundamente a verte, mi amor. No quería que vieras a la piltrafa humana en la que me convertí. Quiero que me recuerdes como la mujer fuerte, altiva y autoritaria que era, no la adolescente idiota que hace pataletas.

Me voy Greco. Destruiré mi alma y no volveré ya nunca. Así que quiero que por mí y por el lugar que más amamos en el infierno, salgas adelante. Trágate tu dolor y rige como un mejor soberano que yo, mi amado esposo. Hazlo por mí. Sabes que mis tierras no estarán en mejores manos. No las rechaces, te lo suplico.

Pero igual, he dejado un plan B por sí lo haces. Se lo daré a Crystal, con documentos legales y toda la cosa. Espero que si no gobiernas tú, ella sí. No quiero que Luciano ni esa puta familia de mierda tenga mi amado segundo infierno. Espero, estes de acuerdo conmigo y aceptes por favor. Hazle este último favor a la persona que más te amó. ¿Sí?
Recuerda siempre que te amaré aun mas allá de la muerte. Que siempre te amaré hasta con mi último aliento y que tú eres la persona que más amo en la vida. Gracias por todo. Gracias por hacer mi vida mucho mejor y por aguantarme a mí y a mis locuras, a pesar de todo.

Te ama, Felicia.

Sin saber la razón, la carta de su esposo había sido escrita en griego, algo que le sorprendió. Simplemente había fluido así sin más. Pero al final le gusto mucho, así que la dejó así. ¡Ojala no notara los lagrimones en la hoja!

Llegó el turno del exemperador.

Mi imbécil hermano:

Llevo media hora intentado llenar la hoja con palabras para ti pero las tengo tan aglomeradas que me resulta algo difícil a decir verdad. Quiero decirte tantas cosas que simplemente no sé por donde empezar. Pero bueno, tendré que hacerlo alguna vez así que comenzare siendo buena y te daré las gracias. Gracias por todo hermanito, de veras: Gracias por ser un puto traidor a tu sangre, por abandonarme y por dejarme hundida en soledad. Y sé que dirás que es un berrinche el mio pero detente a pensar un poco, hermano. Mira, te pondré un ejemplo: En la guerra que tuviste y donde moriste ¿me llamaste? ¿Pediste mi ayuda? ¿Alguien de la familia me pidió mi ayuda? ¡No! Supusieron que podían solos, hermano. Y mira como acabó. Tenía ejércitos enteros dispuestos a servir de carne de cañón y tú simplemente te olvidaste de mí. Te lo juro, si me hubieras llamado, hubiera corrido hacia ti. Te era leal, Luciano. Era la única que te servía fervientemente. Solo tenias que llamar.
Dime: en tu funeral ¿a alguien se le ocurrió llamarme? ¡No! ¡Yo no sabia nada de aquella puta guerra! ¡Ni de tu muerte! ¡Tuve que enterarme por la escoria de aquí! Y yo sin saber nada, en el infierno, rigiendo y siendo la emperatriz de un lugar desolado y prácticamente abandonado. Nadie, nunca, jamás, se molestó en ir a verme ni llamarme ni una sola puta vez. Solo lo hizo Crystal, hermano. Nada más. Y ella aún así  no me tomaba en cuenta en asuntos importantes ni para los mejores momentos de su vida. Me olvidaron y me volvieron la espalda. Hasta tú, viviendo tu vida perfecta. Me traicionaste. Tú, mis hijos y toda mi familia me traicionaron y escupieron en mi amor. ¿Y a mí me llamas traidora? Yo nunca te fallé, tú a mí sí.

Y aun así, día tras día tuve esperanza. Creía firmemente que mi familia me amaba y que alguna vez me tomaría en cuenta. Pero no, en realidad terminé cansandome de eso. Y como venganza, hice lo que hice.  

Verás que te lo que te dije antes es verdad. De esta carta al juicio son dos días y te apuesto se enteraran hasta ese día que he muerto.

Yo aún sigo siendo la emperatriz aunque te duela, Luciano. Así que te exijo que mi lugar sea tomado por alguien de mi confianza. Mi sirviente te entregará un sobre con lo necesario. Ahí hay dos documentos, uno es para Crystal y otro para Greco. Es una sesión de derechos firmada por mí que lo acredita como el nuevo regente. Entrega el segundo averno a quien lo acepte, te lo exijo.

Felicia.

Y por último, los Dimitriadis.

Familia:

Para ustedes solo tengo algo que decir: ¡Pudranse, malditos bastardos egoístas y tracioneros!

Los ama, Felicia.

Luego de terminar las cartas y mientras ella estaba guardando la sesión de derechos en cada sobre, Sebastiaán llegó. Traía en la mano un pequeño frasquito con un liquido ámbar frente a él, ofreciéndolo a ella.

Así que ella lo tomó y se fue a su habitación. Y Sebastiaán por su parte se fue al "contenedor", el cuarto de las almas y "destruyó" el alma de ella, lleno de una agonía espantosa e insoportable.

La muerte de Felicia Dimitriadis fue rápida, silenciosa y pasó desaparecibida. Justo como ella predijo que sucedería. Simplemente ella cayó muerta en el acto, en cuanto el veneno tocó la punta de su lengua. Y en su rostro se dibujaba una sonrisa realmente satisfecha. Y lo más raro: su sonrisa denotaba alivio, demasiado alivio.

Nadie lo notó. Nadie lo supo. Solo lo sabían Sebastiaán y Felicia, al menos por ahora.

Alexia S. Giorgatos
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